Valentía no es tener la fuerza para seguir adelante. Es seguir adelante cuando no tenemos la fuerza para hacerlo.

Elena Sanz Alonso, una de nuestras socias de Adeban ha participado en la famosa UTM, Ultra Trail Mont Blanc, son palabras mayores y comparte con nosotras su experiencia. Nos ha emocionado su historia, personas “normales” que hacen cosas extraordinarias. Os recomendamos su lectura. Elena eres todo un referente para nosotras. ¡Enhorabuena por haber luchado por conseguir tus sueños!

1 de septiembre

Tumbada en la piscina del hotel, bajo un sol cegador, con la ansiada pulsera roja y observando el Mont Blanc, ese gigante que estaré rodeando en apenas unas horas, mi mente empieza a volar…. Hace 7 años que corrí aquí por primera vez. La OCC, 56 km y 3.400 m+. Entonces me pareció larguísima. Veía a todos los “locos” que iban a correr la UTMB como extraterrestres. “Es imposible hacer eso”, pensaba, como mucho la CCC, “sólo” 100 km…. Tres años después ya estaba buscando carreras para conseguir los ansiados puntos ITRA, para al menos, poder participar en el sorteo de un dorsal.

Estoy feliz, relajada e ilusionada. Me he preparado bien, confío plenamente en los entrenamientos de Rober, y me siento fuerte. Pero hace tres meses tuve un tirón escalando en la pierna izquierda, y desde entonces, he sentido esa molestia. Me empiezan a entrar los primeros temores. ¿Estaré demasiado confiada? La última vez que me sentí tan segura fue antes de correr en Canfranc, y entonces el final no fue el deseado. Esta vez no va a ocurrir. Tengo un buen presentimiento. “Todo va a salir bien” me repito. Devoro un gran plato de pasta, y Bo, quien me acompañará durante la carrera, se ofrece a llevar mi bolsa de vida a los camiones de la organización. Siempre dispuesto, es una gran ayuda para mí. Me voy a la habitación. Intento dormir un poco sin éxito. Al menos estoy tranquila. Cientos de mensajes de ánimo y apoyo casi colapsan el móvil. Hablo con mis niños: “¿mamá sabes qué han dicho en la tele? que estar como una cabra es algo bueno!!! Eso es lo que siempre dice la abuela de ti!!! Vessss, no es tan malo….“. No puedo evitar sonreír, me resulta maravilloso escuchar sus voces deseándome suerte. A lo lejos oigo a su abuela repitiendo por enésima vez, “y si te cansas te retiras, que ya está bien de tanta carrera” … hasta esa reprimenda me suena a música celestial.

Ayer fue el cumpleaños de mi hija. No entendía que no fuera a estar con ella ese día tan especial. Su sueño es ir a un concierto de Taylor Swift. Me he desvivido por encontrar un par de entradas para poder llevarle, y doy fe de que es más complicado que conseguir un dorsal para la UTMB. Gracias a su tío, y a un golpe de suerte, tenemos entradas para ir dentro de algo más de un año. Cuando le pregunté qué pasaría si el día de mi cumpleaños fuera el día del concierto, cesó en su protesta. No hizo falta explicarle más. El resto del tiempo lo dedico a repasar el recorrido. Intento memorizar dónde están los avituallamientos. Me preparo mi habitual “chuleta” con el perfil y los tiempos en los que espero pasar por cada punto donde está permitida la asistencia. Y de repente un sobresalto de última hora. Bo se da cuenta de que el autobús hasta Les Contamines había que reservarlo aparte, y no lo ha hecho. Son las 4 de la tarde. Sale disparado de la habitación, y le grito mientras enfila el pasillo que si a las 5 no ha vuelto me voy. Mierda, ahora si me estoy empezando a poner nerviosa. Es hora de vestirse, y empieza el ritual. Me ducho. Absurdo antes de hacer deporte, pero me relaja. Me embadurno de vaselina por medio cuerpo, me visto, me ato
cuidadosamente las zapatillas y finalmente el reloj que he dejado cargando apurando hasta el último momento. No lo he puesto en modo ahorro de batería. Ni siquiera sabría cómo hacerlo. Después de 10 años corriendo, aún no he sido capaz ni de descargarme un track. “Algún día aprenderé a hacerlo”. Claro que lo mismo pensé en la última carrera, y en la anterior…. Y antes de ponerme el dorsal y la mochila, aparece Bo. “Todo solucionado”. Ha sido rápido, respiro tranquila. Me dice que acudirá al avituallamiento a la hora estimada. Confío en que será así.

UTMB

4 siglas que cada vez levantan más polémicas. Es verdad que los requisitos para poder participar cada año se endurecen, implican pasar por caja para conseguir ya no sólo puntos ITRA, sino también Running Stones. Es cierto, la familia Poletti sabe hacer Business, pero lo mismo pasa en el fútbol o la Fórmula 1 y no por ello son criticados. Cada uno es libre de participar en las carreras que quiera, y en esta al menos, recibes como contrapartida, un recorrido único, un ambiente espectacular y una organización impecable digna de la mejor carrera del mundo. Son las 17:15. Estoy delante de la iglesia de Chamonix, y de repente oigo mi nombre. Es una amiga que conocí este año en Zegama. Qué grata sorpresa. Nos fundimos en un abrazo, pero apenas soy capaz de mantener una conversación con ella. Estoy absorta en mis
pensamientos. Le escucho hablar y a duras penas asimilo lo que me cuenta. Consigo entender que ha venido a hacer el recorrido de la carrera en una semana. Cada uno a su ritmo, oye. He llegado demasiado tarde. La plaza es un hervidero de gente. Estoy lejos del arco de salida y hay varios tramos de escaleras hasta él. Sólo espero no tropezar antes de alcanzarlo. No hay ningún control para acceder hasta aquí, y se juntan familiares, amigos y turistas. Veo gente con carritos de bebés; me pregunto cómo van a sacarlos de aquí; hay periodistas; un grupo de emocionados con pelucas de colores y sobrevolando toda esta marabunta, varios drones. Los balcones de las casas están repletos de flores y de curiosos, pero cuando miro hacia arriba, me llama la atención una azotea vacía. Cuento 6 o 7 francotiradores con
prismáticos vigilando la plaza, y un escalofrío me recorre el cuerpo.

Empiezan los discursos en los cuatro idiomas oficiales: francés, inglés, español e italiano. De repente un silencio sepulcral recorre la plaza del Triángulo de la Amistad. Las traducciones no son muy ortodoxas. Pero las palabras me emocionan “Hoy es el día de la cosecha, venís a recoger lo sembrado”. Pienso en todos los madrugones, las series en cuestas, las planas de Cadrete…. Cuanto esfuerzo y sacrificios para llegar hasta aquí. Los ojos se me empañan de lágrimas. “Ahora toca disfrutar”, me digo, y un sentimiento de felicidad me colma en un instante. Es casi la hora, y el Speaker nos anima a levantar los brazos y aplaudir al ritmo de la música. Se ven caras emocionadas y ojos humedecidos por doquier, y de repente, suenan los esperados acordes de “la Conquista del Paraíso”. Y yo estoy aquí. Formo parte de esto. Pase lo
que pase en las próximas horas, el sueño ya se ha hecho realidad.

LA CARRERA

Llegar hasta la línea de salida de la UTMB por si sola, ya es una odisea no apta para todos los públicos. Para empezar por el coste económico que supone, (casi 400€ sólo el dorsal), viaje, alojamiento, estancia… en una zona ya bastante exclusiva de por si, ésta semana los precios se multiplican exponencialmente. Los alojamientos están reservados desde hace un año. Antes incluso del sorteo de dorsales, por lo que es necesario esperar a las cancelaciones, o sacar los ahorros para conseguir una habitación de hotel. Se necesitan 10 puntos ITRA obtenidos en un máximo de 2 carreras. Esto te obliga a haber completado dos carreras de más de 100km y 6000m+ en los dos últimos años, puesto que los puntos caducan. Y ahora además, tienes que haber participado en alguna carrera del circuito de las UTMB World Series para conseguir Running Stones. Cuantas más carreras, más Stones, y más posibilidades en el sorteo. Y si has salvado toda la burocracia, entonces toca entrenar durante meses sin lesionarse.

Me ha costado coger el ritmo. He llegado a Les Houches sorteando corredores. Era un tramo muy rápido, pero he salido demasiado atrás. Las calles de Chamonix eran un espectáculo. Gente gritando, aplaudiendo, moviendo los cencerros. Iba sonriendo, pero mirando al suelo. Ya me caí en Gran Canaria en la salida por mirar los fuegos artificiales y no quiero repetir la escena. Llego hasta el segundo avituallamiento en Saint Gervais, kilómetro 21 y por primera vez me paro a coger agua. Estoy sudando demasiado. Hace mucho calor y el estar casi una hora de pie encajonada en la plaza del triángulo de la amistad no ha ayudado
precisamente a refrescarse. Veo a una corredora estadounidense con una pierna ortopédica y me provoca auténtica admiración. Me acerco a animarle. Eso si tiene mérito. Rodeada de gente permanentemente llego a Les Contamines, primer punto donde está permitida la asistencia. Ya es de noche, y necesito ropa seca. No esperaba cambiarme tan pronto, pero estoy completamente empapada de sudor. Me quito la camiseta y el top sin preocuparme de las miradas. Quiero salir pitando para no coger más atascos. Sólo tengo una camiseta sin mangas de repuesto así que la combino con unos manguitos. Le pido a Bo que por favor me seque la camiseta que me he quitado y me la lleve a Courmayer, previsiblemente al amanecer, es la camiseta del equipo y aunque sucia quiero acabar con ella. A la salida casi me tropiezo con Miriam y su niña. Les conocí este verano y hemos coincidido aquí. Me dicen que Toño, acaba de salir del avituallamiento. Toño es un crack, o el no va bien, o yo voy demasiado rápido. Comenzamos a subir. Es ya medianoche, pero sigue habiendo gente por cualquier esquina. Todo el mundo grita y aplaude. A ratos yo misma me uno al jolgorio de la misma manera. Me encuentro muy bien y estoy disfrutando. En un tramo en el que la pendiente se
inclina aún más, un grupo de chavales se agolpan a ambos lados formando un pasillo al más puro estilo Zegama. Me empujan unos metros. Y me sorprende que sea precisamente un corredor argentino el que mencione el Sancti Spíritu y establezca el paralelismo. Avanzo unos kilómetros y me encuentro con unos aros gigantes que forman algo parecido a un túnel. Paso por dentro de ellos mientras cambian de color. Estas puestas en escena consiguen distraer la mente durante un buen rato.

Y empieza la primera subida seria. La temperatura desciende varios grados. Debo estar a bastante altitud. Veo nieve, que enseguida se convierte en barro, y resbalo. Me quedo tendida en el suelo con un fuerte golpe en la pierna izquierda. La rodilla me sangra por tres lados. Evalúo rápidamente las heridas. La pierna me duele, pero las heridas son superficiales. Un corredor me tiende la mano y con su ayuda me levanto del suelo de un salto.

MIS EQUIPOS

Corro con la camiseta del Club de Montaña Ibonciecho, porque es el club con el que me he federado este año. Soy nueva aquí, apenas llevo un año, y sin embargo he vivido ya con ellos experiencias increíbles en la nieve, me han enseñado a hacer esquí de travesía y de fondo, hemos compartido comidas, carreras y risas por el monte, y algún que otro fin de semana. Pero sobre todo me recibieron y me han tratado desde el principio como a una más de la familia.

Sin embargo, mi corazón está dividido. También pertenezco al Club Atletismo Cuarte, que me abrió las puertas hace 5 años cuando regresé de mi exilio, en un momento complicado de mi vida, y donde encontré grandes amigos que lo serán para siempre.

Y finalmente las adebanas. Un grupo de mujeres deportistas, montañeras, pero sobre todo luchadoras, con las que desde hace un año comparto los mejores jueves entre arneses, cuerdas y muchas risas.

2 de septiembre

He superado la primera de las cuatro maratones que me esperan hoy. En estas carreras tan largas, fijarse objetivos intermedios supone una ayuda mental importante. La noche es cada vez más fría. Un fuerte viento azota la parte más alta del Col du Bonhomme y la niebla se está cerrando cada vez más. Para cuando llego a la Croix del mismo nombre ya no distingo el relieve y vuelvo a caer. Esta vez sobre la rodilla derecha, que también empieza a sangrar. No es sitio para parar. Muchos corredores se han puesto pantalón de lluvia y ropa térmica, pero yo sólo he sacado el chubasquero. En las piernas no siento frío, y enseguida empezaré a bajar. Apenas se identifican las balizas. Tengo que procurar juntarme con alguien para seguir su rastro. Torpemente bajo apoyándome en los bastones, hasta que uno se atasca en unas piedras y se parte. Mi primer pensamiento es para Javi, “no los rompas” me había dicho, “que los necesito para correr en Canfranc la semana que viene” ¿fue una premonición? ya no se los podré prestar, y me muero de rabia. Me quedan 20 kilómetros hasta alcanzar la bolsa de vida donde tengo otros de repuesto, así que pliego el roto y continúo como puedo apoyándome en uno sólo.

Cuando desaparece la niebla saco los cascos. Es otra buena forma de distraerse, sobre todo en la soledad de la noche, pero no me he descargado la música y no consigo cobertura, así que me tendré que conformar con escuchar el sonido del golpeo del bastón superviviente en las piedras y mis pisadas. En mi mente empieza a sonar Unstoppable de Sia, y como un mantra me repito una y otra vez el estribillo:
soy imparable
soy un Porsche sin frenos,
soy invencible
gano todos los juegos
soy tan poderosa
no necesito baterías para jugar
tengo tanta confianza
Si, soy imparable hoy
Imparable hoy

Y en esas condiciones llego a Courmayer. Kilómetro 82. Aquí es donde empieza de verdad la carrera.

MIS HIJOS

Hay quien me pregunta por qué no vengo aquí con mis niños. Habrá quien piense que soy una mala madre. Para mi hay una fina línea que separa el egoísmo, del cuidado de uno mismo. Yo procuro mantenerme en el lado correcto. Por circunstancias de la vida, estoy criando a mis dos hijos sola. Me he levantado todo el verano a las 5:30 de la mañana para entrenar. A las 8 empiezo a trabajar, y salir a correr por la tarde con 40 grados, sería un suicidio. En invierno me toca hacer malabares para encontrar un hueco para entrenar mientras los niños están en sus actividades extraescolares. Aprovecho cualquier minuto del día en el que no estoy trabajando, ocupándome de la casa o con ellos. Por la mañana temprano, por la noche, llueva o sople el cierzo. No he podido entrenar en todo el año con mis compañeros del club porque coincidían los horarios con las actividades de los niños. Ellos, son siempre lo primero.

Hemos pasado juntos 5 días en la playa, y vengo aquí otros 5 días. Las únicas vacaciones que he tenido no sólo en todo el verano, sino en todo el año. Y son el tiempo justo para organizarme, y centrarme en lo que he venido a hacer. Ni siquiera me he permitido pequeñas excursiones por la zona. Necesito desconectar del “mundo real” y disfrutar de mi soledad, rodeada de miles de personas. Irónicamente vengo a Chamonix a descansar. Y para eso, necesito olvidarme por unos días de las obligaciones que supone ser madre. Ellos están con sus abuelos que son las mejores manos en las que pueden estar, me apoyan desde la distancia,
y eso me aporta la tranquilidad que necesito ahora mismo.

Acaba de amanecer, llevo dos maratones encima, y me sigo encontrando bien. A partir de aquí la carrera comparte recorrido con la CCC que hice hace dos años, y aunque mi orientación es pésima, hay cuestecitas que no se olvidan fácilmente, así que saco el teléfono en busca de una voz amiga que me ayude a afrontar la subida al Refugio Bertone. Descubro que Toño aún no ha llegado a Courmayer. Echo mis cuentas. Es imposible que a estas alturas de carrera yo vaya por delante de él. No he visto a Miriam en el avituallamiento y me empiezo a preocupar. Conforme pasan las horas el frío de la noche da paso a un sol abrasador. Por unos instantes levanto la mirada y descubro un paisaje espectacular. Me dejo hipnotizar por la belleza de esta parte de los Alpes. Pero pronto el ascenso al Grand Col Ferret me devuelve a la realidad. Empiezo a notar pesadez en las piernas, y cada paso hacia arriba se me antoja un esfuerzo sobrehumano. Suena el teléfono. Es Jorge. Compartimos algunos kilómetros en Penyagolosa, y el recuerdo del “sprint” final durante 5 kilómetros, con 100 ya encima hasta llegar a meta como si hubiéramos hecho una 10K me hace sonreír. Me anima y me dice que estoy en el peor momento de la carrera. Le creo, pero desafortunadamente ninguno de los dos somos conscientes aún de lo que está por llegar.

Alcanzo el avituallamiento de la Fouly. Repongo fuerzas. Estoy muy contenta con la alimentación que estoy llevando. Después de los problemas estomacales de las últimas carreras he decidido comer lo más natural posible, y me he centrado en 4 alimentos: Sopa con fideos o con arroz, naranjas, plátanos y barritas energéticas. Me he tomado 3 geles en 20 horas y creo que serán los únicos. Al llegar a Champex Lac, punto con asistencia, un voluntario amabilísimo me dice que Bo me está buscando. Echo una ojeada rápida pero no le veo. Entonces me localiza él y me lleva hasta la mesa donde tiene todo perfectamente preparado. Sabe lo que quiero y con infinita paciencia aguanta mis lamentos y me ayuda a quitarme los calcetines y las zapatillas. Me tumbo encima del banco de madera. Me está dando un bajón, no sé si por el calor, supongo que las 23 horas que llevo en carrera tendrán algo que ver. Pregunto por Pau Capell, tengo curiosidad por saber si ha conseguido el Breaking 20. Hace dos días estuve trotando con él y con unos cuantos “pirados” más y me cayó bien. Me quedaría a descansar un buen rato, pero después de 5 minutos tumbada, o me levanto ahora, o necesitaré una grúa para hacerlo. Así que saco fuerzas de donde puedo, me calzo y me pongo en marcha de nuevo.

Nada más salir de Champex veo un área de recreo. Hay adultos y niños practicando juegos tradicionales y descubro un auténtico oasis en forma de baños prefabricados. Entro sin dudarlo. Busco papel en los 3 WC que hay, sin éxito. “En peores plazas hemos toreado”, y me siento. Entonces comprendo la plenitud de la palabra “trono”. Me permito invertir los 5 minutos que no he parado de más en el avituallamiento, y una sensación de relax y bienestar me invaden. Empiezo a pensar en lo poco que valoramos el privilegio de tener semejante dispositivo en casa. Definitivamente llevo demasiadas horas sin dormir. Enfilo la subida a la Grete. Hace mucho calor, y avanzo lentamente. Aún así adelanto a los excursionistas que se cruzan por el camino. Me encuentro con una chica de Jerez que va a vivaquear a la cima. Es encantadora y su conversación y sus ánimos me ayudan a olvidarme de la tortura que me está suponiendo esta pendiente. Desciendo hasta llegar a una zona de ganado. Hay vacas y toros. Están a sólo 5 metros, y aunque hay una alambrada que nos separa, tiemblo al ver a un toro acercarse mugiendo al camino. No parece muy contento. Levanto la mirada y veo a otro toro montando a una vaca. Al corredor que llevo delante parece hacerle gracia la escena y se para. Yo salgo disparada. Me pongo a correr cuesta arriba como alma que lleva el diablo. Qué poderosa es la mente! Y van pasando las horas, y los kilómetros. Me llama la atención que la gente apenas pide paso, pero tampoco adelantan si no hay un ensanche o un terreno claro. Yo me aparto cuando siento a alguien detrás, y me lo agradecen como si les hubiera dado dinero. Al cederle el paso a un corredor canadiense ralentizo la marcha y cuando se da cuenta me grita “keep going”, es su forma de decirme que “me ponga a rueda” y le sigo unos cuantos kilómetros. Me pregunto quien habrá ganado, había una dura rivalidad entre el sector masculino. De lo que no tengo dudas es de que Courtney se habrá vuelto a coronar y estará ya descansando plácidamente.

Me cruzo con algunos corredores españoles. Carlos, de Castellón se queda conmigo. A estas alturas me duele hasta el pelo, y ya me he jurado unas cuantas veces que no volveré a hacer una carrera de 100 millas, así que cuando oigo que es su cuarta UTMB pienso que está loco. Hablamos un poco de nuestras vidas mientras corremos, y juntos llegamos a Trient. Escucho mi nombre, pero pienso que es alguien que lo ha leído en el dorsal. Cuando veo esa sonrisa me llevo la mayor alegría de mi vida. Es increíble, apenas nos conocemos, y han venido hasta aquí, de noche, con la pequeña sólo para animarme. Quiero que sea mi amiga para siempre. Se confirman mis temores. Toño se ha retirado por problemas estomacales. Me apena. Es duro retirarse cuando llevas tantos meses preparándote para esto, pero a veces no queda otra opción. Verles me llena de fuerzas, así que engullo rápidamente un cuenco con caldo y arroz, cojo un par de galletas de chocolate para María y tras encender de nuevo el reloj que había dejado cargando en el avituallamiento anterior porque se había quedado sin batería, salgo disparada dejando atrás a Carlos. “En la subida me alcanzas”, le digo. Llevo 144 kilómetros, 7000 metros positivos y 26 horas de carrera. Cuando me cruzo de
nuevo con unos españoles y me dicen que quedan 3 kilómetros verticales soy consciente de que vienen horas complicadas. He entrado en la segunda noche. Y da comienzo mi particular infierno. La temperatura es agradable, y enfilo el ascenso a Les Tseppes.

3 de septiembre

Este año he tenido la suerte de conocer a muchos corredores. Algunos, atletas de élite, otros sin títulos mundiales, pero todos gente increíble. Y luego está el club de fans de la korricolari que dice mi tío. Mis amigos del club de Cuarte, de Ibonciecho y por supuesto mi familia. En estos momentos me acuerdo de todos ellos. Me siento muy afortunada. Sé que hay mucha gente siguiéndome desde la distancia, y la sensación de tenerles ahí es tan real que noto una mano en la espalda empujándome hacia arriba. Segundo kilómetro vertical, y me hundo. Me entran mareos, no consigo leer la hora del reloj y tengo que apoyarme a cada paso en las rocas para no perder el equilibrio. No me gusta pararme en las carreras. Así no avanzo, y además me cuesta lo indecible arrancar de nuevo. Prefiero mantener el motor diésel en movimiento, aunque lento, constante. Pero estoy en una zona donde mejor no caerse. En contra de mis deseos, decido sentarme. Saco el móvil. Más de 300 mensajes!!! No lo he mirado en toda la carrera, y ahora es el momento. Necesito ánimos. Pero me horrorizo al intentar leer tres mensajes y darme cuenta de que soy incapaz de entender lo que pone. A pesar de no tener sensación de sueño, mi cerebro está en modo off. “Tengo que recomponerme y continuar. Sólo quedan 15 kilómetros. Un último esfuerzo”. He perdido la noción del tiempo. He ido a ritmo de acabar en 32-33 horas pero sé que esa meta ya es inalcanzable. Me han adelantado decenas de corredores en los últimos kilómetros. La sangre seca de ambas rodillas me recuerda que mi objetivo ahora debe ser no caerme. Quedan bajadas complicadas, llenas de raíces y piedras, y el dolor del golpe en la pierna que me ha acompañado desde la primera caída, hace casi 20 horas, se está haciendo insoportable. Cuando llego a la Flegere doy saltos de alegría, -internamente-. Última bajada!!!! Creía
que quedaban 6 kilómetros, y de repente aparece un cartel de 8, buffff. Arranco a correr con la sensación de haber pasado ya por aquí. Intento mirar bien las balizas. Por momentos pienso que estoy yendo hacia atrás.

Las luces de Chamonix indican el final del calvario. Y cuando voy a subir el “andamio” para cruzar la carretera por encima, veo a un corredor que aparta la valla y la cruza por el medio. Titubeo. Son las 4 la mañana. No pasa ni un solo coche, y echo a correr detrás suyo. De repente me giro y veo al voluntario que está ahí, mirándome. Me doy la vuelta en medio de la carretera para retroceder, y me acuerdo de Labordeta: “A la mierda!!! Que me penalicen si quieren. Unos minutos más ya me dan lo mismo.” Recorro las vacías calles de Chamonix. Sé que dentro de unas pocas horas estarán abarrotadas, y la multitud aplaudirá a los corredores que lleguen a meta como auténticos héroes, pero quiero irme a casa. No voy a quedarme a esperar esos aplausos. Cuando cruzo el arco de meta no me quedan fuerzas ni para llorar. Ahora si, he
conquistado el paraíso.

MIS PADRES

Cuando éramos pequeños, mis hermanos y yo practicábamos natación. Entrenábamos todos los días de la semana y competíamos los fines de semana. Mi madre nos llevaba, nos secaba el pelo, y esperaba paciente en la sauna que eran las gradas de la piscina cubierta de Agustinos. Los fines de semana mi padre se levantaba a las 6 de la mañana para darnos uno por uno el desayuno en la cama y que pudiéramos volver a dormir un rato para hacer la digestión antes de ir a nadar. Fue el precursor de las tablas Excel. Sacaba su cuaderno, y anotaba cuidadosamente todas las marcas que hacíamos. Y analizaba todos nuestros
progresos. Aunque mi padre no fue muy habilidoso en los deportes, siempre nos animó a practicarlos. Mi madre, por su parte, nos ha enseñado mil veces orgullosa las fotos de cuando era joven y jugaba, con falda entonces, en el equipo femenino de baloncesto. O cuando iban a esquiar en una época en la que apenas había remontes en España.

Por desgracia lleva años luchando contra una dura enfermedad. Le dieron una silla de ruedas, porque apenas podía moverse y la devolvió. Ella dijo que andaba, y anduvo. En este tiempo ha viajado por todo el mundo, con tratamientos, con oxígeno artificial, con bastones o con lo que haya hecho falta. No hay nada que le detenga. No conozco a nadie con mayor fortaleza mental que ella. Supongo que la sangre vasca tendrá algo que ver. Así que cuando me echan esas pequeñas broncas por, “hacer estas barbaridades”, y me preguntan cuando voy a dejar de correr, creo que no son conscientes de que ELLOS, son mi
verdadera inspiración.