Abril 2022
Conectar con la experiencia de trabajar en la Renclusa, me lleva inevitablemente a decir ¡qué bonita la vida cuando una está preparada para disfrutarla!
Ese ha sido para mí el trabajo “de mis sueños”. Un trabajo que ya aparecía en mi cabeza y en mis ganas de vivir la experiencia hace muchos años. Sin saber muy bien por qué, ni qué me iba a encontrar.
Hasta éste invierno pasado no me lo había podido permitir. No había sabido cómo hacerlo, y no había llegado la oportunidad o el momento.
Conectar con la experiencia del refugio es hablar de un lugar dentro de mí que me lleva al disfrute, al goce, la contemplación, la aventura y la falta de ritmos y estímulos constantes. De respuestas inmediatas, de conocer para aplicar, de saber porque era lo prioritario o de esconderme detrás de un montón de trabajos para nunca estar lista ni preparada.
El presente está para disfrutar, aunque a veces no se pueda. Y está bien, es algo rítmico y de ir transitando por lo que nos ocurre. Pero, al menos, está disponible. Explorar la posibilidad de pasarlo muy bien si, es eso lo que nos llama. De conectar con esa bajada increíble después de un nevadón, de un silencio mágico después de una dura jornada de trabajo, de una conversación con personas que vienen de un lejano (o no) país a conocer, explorar, guiar… hacer montaña.
Gozar con los esquís de travesía, encontrar caminos nuevos, volver al refugio después de días libres siguiendo un track o bajar a Llanos del Hospital por la noche con el valle para ti. A mí, eso, me llena. Me trasporta.

Foto: Carla RuIz
Nada más lejos de la realidad es que todo el tiempo allí es “esquiando”, “disfrutando”. El trabajo es mucho y muy diverso. Hay que palear, limpiar habitaciones, fregar, dar de comer a las cinco y media de la mañana, hay que estar presente y poder acompañar a las personas en su llegada. Pasar frío, hacer la meteo… y también es expuesto trabajar de cara al público, a un público al que quieres cuidar. Hay que estar dispuesta y disponible cuando surge cualquier tipo de tarea, como lo es portear, o mantener una llamada de emergencia, o poner la mesa cuando ya no da para más el salón. No es idealizable, es un trabajo como todos los de este mundo, donde hay que trabajar.
Pero a expensas del quéhacer, para mí, ir allí ha sido un espacio de desenchufar para conectar. Típico pero real.
Y en cual, he tenido que aprender a ser consciente de lo que esto implica. También sea por eso, que ha sido una experiencia trascendental haber estado allí.
Más allá de las montañas, están las personas que hacen esas montañas.

Foto Carla RuIz
Y allí, los y las montañeras que han aparecido en los meses de mi trabajo, ha sido en un ciento por ciento, completa disposición a lo que supone un espacio reducido, con limitaciones energéticas y de ritmos, de cocina, o de servicios en alta montaña. Ir a tomar una cerveza al bar de la esquina, tiene su encanto y su trabajo, pero no es lo mismo que el esfuerzo y la preparación que supone la llegada a ese lugar. Ni más ni menos, es distinta, es una cerveza (té, café …) igual, pero “no es la misma cerveza”.
Y estar allí, para celebrarlo, para celebrar que estás, es una actitud muy común. Para mí, bonita, donde la gente se deja encontrar en el camino. Con los esfuerzos y las frustraciones de una jornada más o menos satisfactoria. Un lugar donde parar, estar y dejarse hablar, porque a la tarde ya no hay mucho más que hacer. Por mucho que la actividad te mantenga ocupada, hay un espacio de inevitable quietud.
Los lugares así, existen. Y nos permiten desenchufar del ritmo frenético, de las ansiedades de otros contextos. Se puede parar.
Una puede parar en algún momento y decidir qué quiere hacer con ello, con su día o su vida si es lo que llama. Pero cuando la arquitectura acompaña, cuando la naturaleza dispone y las personas acompañan ¿por qué no ir a sentirlo? A disfrutar y desconectar. A reencontrarse con montañeras que están en las mismas ganas que una de ir a por un sitio nuevo, una ruta, una sensación o experiencia. Eso une, y eso enriquece cuando se sabe apreciar.
Por supuesto, que sigue siendo un reto. Como mujer, como madre, como trabajadora… conciliar los aspectos que más me llenan con las ganas de volar han podido darse en estas circunstancias. Y no siempre lo consigo, o es posible, pero haber alcanzado este espacio de concesión, de disfrutar y priorizar lo que tanto me revitaliza, ha sido un regalo. Que nos hemos hecho mutuamente, el refugio y yo. Con la familia que me llevo para siempre, compañeros de trabajo y escapadas. Del que espero, muchas personas hayan también, podido disfrutar y degustar a través de los ojos de una madrileña entusiasmada con la naturaleza y el esquí de montaña, perdida por aquel lugar.
Carla RuIz,
socia de Montañeras Adebán
GRACIAS!
Leerte me evoca que otras formas de estar y disfrutar conciliando y trabajando, son posibles.
Que te lo hayas “permitido” por encima del como va a ser entendido desde abajo, desde el valle donde estamos muchos, me enseña e impulsa a seguir innovando en mi rol! Gracias por compartir intimidad relacional!